lunes, 1 de mayo de 2017

UN SUEÑO RECURRENTE (Cuento)


Durante años tuve un sueño recurrente, en él me encontraba junto al mar y veía una escalera, guiado por la curiosidad, me acercaba y descubría que la escalera serpenteaba entre hermosos rosales y conducía a una casa de ensueño, entonces me sentía como en un cuento de hadas y contemplaba ansioso, como si en algún momento fuera a asomar a la ventana el rostro más bello del universo. Mi corazón comenzaba a latir a toda velocidad y sentía que mi pulso se aceleraba y en ese preciso momento despertaba, con una sensación de frustración y de pérdida irremediable, que me acompañaba durante todo el día.

Hace varios meses tuve que ir a Italia en viaje de trabajo y una tarde decidí salir a dar un paseo por la costa de Sorrento. Durante mi caminata, aspiraba el aire puro, disfrutaba la caricia del viento en mi rostro y admiraba la extraordinaria belleza del paisaje, estaba totalmente abstraído, disfrutando a plenitud de todas las sensaciones que me provocaba aquel lugar.

De repente, me detuve en seco. Allí, frente a mí, se alzaba aquella escalera, la que había visto durante años y que aún veía en aquellos sueños recurrentes. Junto a ella crecían los mismos rosales y los peldaños conducían a la misma casa de cuentos de hadas. No daba crédito a mis ojos, ¿cómo podía yo haber soñado con una casa que realmente existía, si jamás había estado en aquel lugar, ni siquiera había salido de América?

Estaba en shock. Se veía luz a través de las ventanas y como en mis sueños, me quedé esperando que un rostro cautivador asomara por alguna de ellas. En vista de que la espera era inútil, me encaminé a un café que estaba a pocos metros de la casa, allí encontré a un señor entrado en años, con un rostro amistoso, que limpiaba las mesas, mientras cantaba una alegre tonadilla. Me acerqué a él y en mi italiano chapurreado le dije:

—Buenas tardes, amigo.

—Muy buenas las tenga usted. ¿Qué se le ofrece?

—Me gustaría saber si conoce bien esta zona.

—Por supuesto, hijo mío, aquí nací y aquí he vivido durante setenta años, no hay una piedra en este lugar que yo no me conozca. ¿En qué puedo servirle?

—Me ha llamado la atención aquella casa, la de la escalera y las flores. ¿Podría decirme a quién pertenece?

—Ay amigo, esa casa encierra una historia muy larga y triste. Y aprovechando que no tengo ningún cliente en este momento, me sentaré con usted y le contaré lo que sé.

Y así comenzó su relato:

—Me contaba mi abuelo que en esa casa vivía Alessandra, la joven más hermosa de la comarca. Tenía rostro de ángel, piel de nácar y ojos de mar y su cuerpo era como una escultura. Todos los chicos del pueblo querían ganar su corazón, pero ella nunca aceptó a ninguno, hasta que conoció a Marcelo, un joven pescador que vivía en una ciudad cercana, él venía en su bote y esperaba al pie de la escalera hasta que ella se asomaba a la ventana, entonces el muchacho corría escaleras arriba, subiendo de dos en dos los peldaños, ella salía a recibirlo en la terraza y se abrazaban con una pasión desenfrenada, pasaban un par de horas juntos y luego, ella lo acompañaba hasta el bote, allí lo despedía y se quedaba mirando desde la orilla hasta que el bote se perdía a lo lejos y entonces regresaba a su casa.

Ese ritual se repitió diariamente durante varios años, era la más bella historia de amor que nadie hubiera conocido por estos lares. Un par de años después, comenzaron a planear la boda y todo el pueblo estaba entusiasmado con la próxima unión de la querida pareja, cuyo amor enternecía a todos, pero el destino les tenía reservada una triste sorpresa.

Había un joven llamado Albano, que vivía enamorado de Alessandra y durante muchos años había tratado de acercarse a ella y le había declarado su amor en repetidas ocasiones, pero ella lo había rechazado en cada intento y aunque él siempre lo mantuvo en secreto, nunca logró sacarse aquella espina del corazón. Con el paso del tiempo, su resentimiento y frustración fueron creciendo y terminaron convirtiéndose en un odio mortal.

La noche antes de la boda, Alessandra acompañó a Marcelo hasta el bote, como de costumbre, se despidieron llenos de ilusión, pues en pocas horas unirían sus vidas para siempre. Después de un prolongado beso de despedida, ella esperó hasta que el bote se perdió en la lejanía, como siempre lo hacía, y se encaminó de regreso a su casa.

Caminaba despreocupadamente, tarareando una alegre tonadilla, que había aprendido de su madre. Al traspasar la verja que conducía a la escalera, fue sorprendida por Albano que la esperaba en la oscuridad, con un rápido movimiento, le clavó una daga en el pecho y después, con la misma daga, se quitó la vida.

Los padres de Alessandra, al notar que la chica demoraba demasiado despidiendo a su novio, bajaron a buscarla y encontraron los dos cuerpos que yacían sin vida al pie de la escalera.

—¿Y como supieron los motivos de Albano?

—Porque él llevaba una nota en el bolsillo de la camisa que decía:

"No quisiste ser mía, pero no serás de nadie. Esta noche te llevaré conmigo a un lugar donde estaremos juntos por toda la eternidad."

—¿Y qué hizo Marcelo cuando se enteró?

—El joven no se resignó jamás a aquella pérdida, continuó acudiendo diariamente a esperar a su amada al pie de la escalera. Decía que estaba convencido de que, aunque pasaran cien años, un día la vería aparecer nuevamente a la ventana y entonces volverían a ser felices. Pobre hombre, murió viejo y solo, porque nunca se casó, ni tuvo familia. Hasta el último día de su vida lo vieron venir a esperar a su amada.

Cuando el buen señor terminó su relato, dos gruesas lágrimas corrían por mis mejillas y un estremecimiento recorría mi cuerpo. Desde el primer momento de la historia me identifiqué con Marcelo, podía sentir su amor por Alessandra y era como si su dolor me quemara la piel. Me tomé un café, le di un buen apretón de manos a modo de agradecimiento y me dispuse a regresar por el mismo camino por donde había venido. Quería ver la casa de mis sueños por última vez.

Me paré al pie de la escalera, miré hacia lo alto y en ese mismo instante pude ver que alguien se asomaba a la ventana. Era el rostro más hermoso que había visto jamás, podía apreciar perfectamente su piel de nácar y unos rizos dorados cayendo sobre la frente. Divisé claramente que se dibujaba una sonrisa en sus labios y ya no lo pensé más, me lancé escaleras arriba, subiendo los peldaños de dos en dos y ella salió a mi encuentro. Uno frente al otro en la terraza, nos miramos a los ojos por unos segundos y sin mediar palabra, nos fundimos en un abrazo apasionado, aquel abrazo por el que ambos habíamos esperado durante más de un siglo.

Su nombre en esta vida no es Alessandra, ni el mío es Marcelo, pero ambos soñábamos cada noche con este encuentro y por eso no tenemos duda alguna de que la historia de esa pareja es realmente nuestra historia de amor y que esta vez la terminaremos juntos.

Miriam De La Vega 
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