jueves, 20 de diciembre de 2012

LAUDELINA (Escrito por Ramón Muñoz Yanes)



Es medianoche y el huracán alcanza su mayor intensidad. Hace apenas dos horas, escuchó el gran estrépito de lo que parece ser el derrumbe de la parte delantera de la casa, pero desde su refugio no puede apreciarlo. Antes de que oscureciera y alertada por las noticias, de que el fenómeno meteorológico alcanzaría de lleno el poblado, se instaló a duras penas en la cocina, único sitio de la casa, con el techo y las paredes de mampostería.

Dos días antes, había pensado en esta parte de la casa como protección en caso extremo y además de reforzar su única ventana, aseguró las puertas con maderos conseguidos en una carpintería próxima. Instaló, junto al fregadero, un pequeño catre, velas, frazadas, algo de comida y su inseparable VEF, una vieja radio importada de la extinta Unión Soviética. La mayor parte del pueblo fue evacuada, por la proximidad al río y el antecedente de otras inundaciones, pero al estar su casa enclavada en la única colina, decidió quedarse para velar por sus pertenencias. Todo lo que le queda está ahí, en el viejo caserón de madera y techo de tejas.

A través de una ranura de la puerta exterior, puede ver a ratos a la luz de los rayos, la única compañía que le queda de su familia. Un enorme árbol de aguacate que sembró su difunto esposo, cuando nació el mayor de sus tres hijos, porque la minúscula perra que tiembla junto a ella con los incesantes truenos, fue el regalo reciente de una vecina. El aguacate resiste como puede las rachas de más de ciento ochenta kilómetros por hora, que ahora se abaten sobre el pueblo, acompañadas de una lluvia intensa desde hace casi diez horas. Laudelina aprecia el aguacate no solo por su valor sentimental, sino también económico. Su paupérrima pensión de ochenta pesos, apenas le da para vivir, pero la venta anual de los frutos del aguacate, son un extra de ingresos que le permite comprar en el mercado negro y salvar con cierta comodidad, la preocupación de la menuda porción del racionamiento gubernamental de alimentos. Al principio los vendía ella misma al menudeo, pero desde hace dos años, un comerciante le compra por anticipado toda la producción del árbol y de esta forma, ella no tiene que preocuparse por nada. Por eso, a ratos observa a través de la rendija su fuente de ingresos, que soporta, a duras penas, las rachas cada vez más intensas del huracán. Bajo el aguacate, un oxidado tiovivo, que ha perdido todas las partes de madera por la humedad del trópico, le recuerda la infancia de sus hijos, una hembra y dos varones. De ellos, solo conserva un álbum de fotografías que también se trajo al refugio. Hace diez años que se fue el último, el más pequeño, con los dos únicos nietos que le quedaban. Los tres hijos viven en Miami y la única que ha decidido quedarse es ella. Los hijos tienen todo su derecho a abrirse paso en la vida y vivir mejor, pero ella no puede dejar a Antonio solo, en el cementerio. Cada domingo, se permite la larga caminata hasta el otro lado del río y almuerza junto a su viejo, al que además le cuenta los últimos sucesos del pueblo y lee las cartas de los hijos. A la tenue luz de la vela, hojea el álbum y se detiene en una fotografía donde están todos. Un domingo, donde como de costumbre, ella les preparaba un arroz con pollo que se chupaban hasta los dedos. La foto fue tomada unos tres meses antes de que un repentino infarto, acabara con la vida de su esposo. Les observa sonrientes y abrazados alrededor de ella. Acaricia la imagen y con discreción limpia una lágrima de la mejilla, como si la pequeña perra junto a ella fuera a reprochárselo. A veces piensa lo bueno que sería poder guardar abrazos como fotografías, poder sentirlos a gusto cuando hagan falta, como ahora.

Recostada en el catre, no percibe que casi un centímetro de agua fangosa se esparce por la cocina. No es hasta que intenta levantarse para vigilar el aguacate, que en vez de con las chancletas, contacta con la fina capa de agua que invade su refugio. Una de ellas, flota junto a la puerta y no puede evitar una sonrisa. Su hijo Ignacio, el más pequeño, se las hizo apenas unos meses antes de irse. Con un viejo tablón que encontró junto al río, las modeló y con unos pedazos de caucho de un neumático les añadió unas suelas, que el mismo tildó que proporcionaban el mejor frenado del mundo. – Vieja, las suelas son de una goma Good Year, así que dispone usted de todo un lujo. Incluso si un día quiere irse con sus hijos, con esto camina hasta por arriba del agua. – fueron sus palabras exactas. Tenía razón Ignacio, las chancletas flotan con elegancia, casi como un yate de esos que vio una vez en Varadero, en su luna de miel.

El huracán arrecia. Las rachas superan los doscientos kilómetros por hora. Lo escucha en las noticias que se permite sintonizar durante unos minutos, para ahorrar las pilas de la radio. El nivel del agua casi alcanza la colchoneta del catre. No tiene otra opción que colocar sus escasas pertenencias, sobre la meseta de la cocina. Dentro de poco amanecerá y quizás amaine el temporal, piensa, cuando un estruendo sobrecogedor la sorprende. Mira por la ranura de la puerta y es el aguacate que se ha rendido al viento. Ha faltado poco para que cayera sobre la cocina y a la luz de un relámpago aprecia que el patio y todo lo que alcanza la vista, está bajo el agua. El río ha superado el nivel de toda inundación conocida y amenaza con inundar la pequeña colina. La perra se acurruca entre sus brazos, quizás presintiendo lo grave de la situación. El agua sube centímetro tras centímetro, apoderándose de todo cuanto tiene a su alcance. En breve supera el nivel de la meseta. Laudelina queda a oscuras tras el naufragio de la vela y solo atina, a mantener a salvo, a la perra y el álbum de fotos. Con sus años no podrá alcanzar el techo de la cocina, más ahora que tirita de frío con parte del cuerpo en el agua. Tras la vela, la radio VEF soviética hace honor a su origen ruso y persiste emitiendo noticias, hasta que superada por el agua se escora, hasta hundirse.

Ya nada tiene sentido, si el agua ha alcanzado la colina, hace mucho que tuvo que haber invadido el cementerio y llevado consigo, todas las estructuras por la barranca. Tal vez, hasta los más recientes féretros, hayan sido arrastrados por la corriente y naveguen en busca del mar, consecuentes con la tendencia de los más jóvenes de las últimas décadas. Irse del país y dejarlo todo atrás. Todos, sus hijos, sus nietos y ahora, hasta el aguacate, le han dejado. Ya solo espera que el agua se encargue del resto de su escuálido cuerpo, del que ya no sabe si está hecho a base de músculos y huesos, o de ausencias y lejanías.

El nivel de la riada aumenta. Logra sentarse sobre el viejo refrigerador, allí al menos se mantiene seca. Nota la claridad del amanecer que pugna con el agua por inundar el refugio. Y es cuando percibe realmente el alcance de la tormenta, el nivel del agua supera el metro veinte. A través de las hendiduras de la puerta que da al interior, solo vislumbra un amasijo de tejas y tablones carcomidos por los años, que cubren lo que antes fue su casa. Recuerda una frase del esposo, de que el pozo de la miseria no tiene fondo, siempre se puede estar peor. En apenas una hora amanece completamente y el agua, ha ganado unos diez centímetros más de terreno. Coloca el álbum de fotos entre su pecho y la perra, mientras dice en un susurro, como si el asustado animal la entendiera: <>. En la última media hora, tras sentir un leve balanceo del refrigerador, sabe que de un momento a otro, el agua puede hacerlo caer y tendrá que hacer un esfuerzo inmenso para intentar subir a la meseta. El agua supera el metro cincuenta centímetros de altura y ella, que apenas, mide algo más, sabe que puede ser el fin si se golpea en la caída. Decide subir la perra y las fotos, al pequeño estante donde guarda la loza y dos copas que conserva de su boda, una de las pocas cosas que se ha resistido a vender, con el paso de los años. Otro balanceo y sabe que todo acabará pronto. Se dispone a pasar a la perra al estante, cuando escucha un grito: ¡Laudelina!

Al principio cree que es una alucinación, pero siente una voz potente que grita otra vez su nombre. 

—Aquí – grita como puede, por los temblores. Apenas un minuto más tarde, la ventana es arrancada y asoma la cabeza de un joven.

—Carajo, pensamos que no la encontraríamos. Vamos rápido, mi vieja, que esto no va a acabar y dentro de poco no quedará nada a salvo del río.

—Ay, mi hijo – solo atina a contestar en voz baja.

A duras penas le suben en la lancha de rescate, después de la perra y las fotos, mientras le cuentan que gracias a una vecina que les comentó que ella se había negado a evacuarse, regresaron donde pensaban no había nadie. Desde la embarcación y bajo una gruesa manta que le proporcionaron, contempla el desastre, el pueblo ha sucumbido en su totalidad. De regreso al punto de evacuación, abraza la perra y otra vez, guarda el álbum de fotos entre su pecho y la perrita. El joven bombero, al que Laudelina reconoce cierto parecido con su hijo mayor, pregunta.

—¿Y esos papeles, mi vieja?

—Son mi familia, hijo. Así no pasan frío.


Autor: Ramón Muñoz Yánes

lunes, 26 de noviembre de 2012

RÉQUIEM (Escrito por Ramón Muñoz Yanes)


Hoy quiero compartir con ustedes esta sentida pieza literaria que Ramón Muñoz Yanes dedicó a su abuelo, de quien no pudo despedirse el día que dejó este mundo, por las mismas razones que muchos exiliados no hemos podido despedirnos de nuestros seres queridos.

Yo no pude amarrar las lágrimas al leerlo, creo que no hay quien pueda hacerlo al leer este réquiem, que bien pudiera ser el réquiem de muchos exiliados dedicado a los muchos abuelos, padres y madres que dejamos en nuestra tierra cuando volamos buscando libertad.


                                                                  RÉQUIEM



No te me escondas, viejo. Bien sabes que no me gusta la soledad del jardín. Desde anoche a las diez no te encuentro y nostalgia dice que, a partir de ahora, te has escapado al barrio de los recuerdos.

¿Te he hecho algo, abuelo? Siempre hice lo que me has dicho, que cantara el Himno Nacional, alto y fuerte, cada mañana en la escuela, que arrancara con disimulo las rosas del jardín de Matilde, que eran las más hermosas, para el Martí del colegio, y guardara una para Digna, la maestra, que bien la merecía, por llenarme los bolsillos de letras.

¿Y ahora? ¿Qué hago con los juguetes rotos? ¿Quién me dirá con ternura que el error, la tristeza y el dolor por cada pérdida, son los ingredientes imprescindibles para templar el alma de todo hombre bueno?

¿Dónde estás, viejo, es madrugada y no escucho al viejo tres, colgado en la pared de tu salón tan lejano? De seguro le tiemblan las cuerdas por esta repentina tempestad de soledad. Ahora no me podré caer otra vez, nadie me pondrá hielo sobre el último "chichón", ni me dirá que amarre las lágrimas, que los hombres lloramos por dentro, porque el dolor no se comparte, es de uno y de nadie más.

¿Cómo encuentro el sueño cada tarde? Nadie me hablaré de cañaverales y caballos salvajes, de la doma, del esquivo venado, de tesoros de piratas escondidos.

Seguro que has ido a buscar a la abuela, que también se fue un día, sin avisarnos que no tendríamos jamás la sopa de ajos y migas de pan, ni su sonrisa que a diario nos llenaba la vida.

Perdóname, abuelo. Perdona a tu nieto emigrante, perdona la libertad y la lejanía, como debes perdonar también, que hoy no pueda amarrar las lágrimas.

Viejo, leyes injustas, me separan de tus canas, de tu cuerpo exánime, del último beso. Pero no te aflijas, estás conmigo, en mi libertad, en el desafío a la humillación y el maltrato. Ve despacio a buscar a la abuela, abrázala y dile que cumpliste lo pactado. Dejaste sobre la tierra una camada de hombres buenos.

Ve con la frente alta, en paz, llevas mi beso por bastón.

Tu nieto,

Ramón

jueves, 13 de septiembre de 2012

FALSAS PROMESAS (Escrito por Miriam Herrera)



Que si Romney, que si Obama,

en sus afanes febriles,

tremendo corre ve y dile,

cada uno con su drama.

Nos van haciendo la cama,

prometiendo unos y otros,

por conseguir de nosotros

el voto, que es lo que ansían,

y cuando pasan los días

se desbocan como un potro.

O sea, que si te he visto,

yo casi ya ni me acuerdo:

las promesas, al recuerdo,

porque se pasan de listos.

Se olvidan de que yo existo,

los de derecha y de izquierda,

y de nada se recuerda

el que consigue el poder,

y después de prometer,

lo mandan todo a la mierda.


Miriam Herrera ©

sábado, 1 de septiembre de 2012

EXTRAÑA CONVERSACIÓN AL ATARDECER (Escrito por Ramón Muñoz Yanes)


Paseo por el parque. La brisa es fresca y le contemplo en toda su altura. Es un viejo ciprés y se alza justo junto al banco, donde hojeo una selección de poemas de Dulce María Loynaz. 

- ¿Qué podría tener yo en común con un ciprés? - me pregunto mientras contemplo su inmensa estatura. Y escuché una voz profunda, que más que percibirla a través de mis tímpanos, la siento a través de mis pies, como si me hablaran del interior de la tierra.

- Mucho.

Ni sé por qué miro al ciprés, que prosigue danzando al compás de la brisa como un viejo elefante de zoológico provinciano.

- Mucho, te he dicho - y la voz recorrió mis pies, hasta culminar en mi cerebro - Habla con tu mente. Te escucho a través de mis raíces y así los que pasean no creerán que estás hablando solo. Soy quien piensas, el ciprés.

- Encantado de conocerle - dije para mis adentros. Y un "Lo propio" llegó pronto a mi cerebro.

- Eres el segundo humano con quien hablo. La otra era una anciana y de eso hace como veinte años, pero una tarde dejó de venir para siempre.

- ¿Murió? - pregunté más preocupado por si hablar con un ciprés sea un mal augurio.

- Nadie muere, amigo. Solo cambian de forma. Curioso, pero nada se parece más un árbol, que algunos humanos.

- No me diga.

- Pues sí, amigo. No nací adulto, fui un retoño apenas visible, que la simple pisada de un perro habría aniquilado y ya puede usted ver mi altura. Aunque también vivir mucho tiene su precio. Es cierto, que según fui ganando altura, mi horizonte creció al igual que mi percepción del mundo, pero con cada metro ganado, perdí mis ramas más jóvenes, mi corteza se fue haciendo tosca y rugosa. Y los niños apenas se detienen ante mí. De joven podía jugar con ellos, se colgaban de mis ramas y sus risas me impregnaban de vida. Ahora los padres evitan que se me acerquen para que no se hieran con mi corteza rugosa. He envejecido amigo, y he visto caer otros cipreses a lo largo de mi vida, unos por tempestades, otros enfermos, ya solo conozco al ciprés que usted ve allá, en el otro extremo y ya el pobre apenas me puede ver, rodeado por aquellos flamboyanes que trajeron de los trópicos. ¿No es muy parecida la vida de los humanos?

- Tiene usted razón..., ¿los cipreses tienen nombre? ¿Cómo puedo llamarle?

- Los nombres son una muestra de altanería de los humanos. Ustedes, desde que nacen, luchan por ser distintos, a tal punto que hasta se matan. He tenido la fortuna de que no ha habido guerra por aquí, pero sé de esas espantosas matanzas en que a cada rato ustedes se inmiscuyen. No veo diferencia alguna entre los hombres. ¿Por qué se empeñan tanto en tener más unos que otros?

- Eso es algo más complejo, amigo... Ciprés. Nos educan así, pero el mundo tendrá que cambiar o seremos protagonistas de un hecho único, seremos la única especie que se habrá aniquilado a sí misma.

- Sí, son realmente temibles. Ayer escuchaba a un jardinero decir que probablemente nos talen, pues piensan hacer un centro comercial en este sitio.

- No creo, amigo. Los vecinos no lo permitiríamos.

- ¿Lo harían de veras?

- Estoy seguro.

- Son ustedes muy raros. Cada noche antes que cierren los accesos al parque hay una anciana que se esconde entre los arbustos y duerme junto a mí. Si, ustedes permiten eso, ¿defenderían a un simple grupo de árboles? Realmente, no comprendo a los humanos.

- Si, tienes razón - y quedé en silencio ante su verdad incuestionable.

- Vamos, no te preocupes, solo intento entenderles.

- No creo que lo logres, amigo. Y creo que seguiremos conversando otro día. Me hace señas el guardia de que van a cerrar.

- Hasta mañana, amigo...

- Ramón.

- Ah, muy bien.

Y con mis poesías de Dulce María Loynaz regresé a casa, inmerso en mil conjeturas. Al final, creo que ese árbol y yo, tenemos mucho en común.

R. Muñoz.



sábado, 23 de junio de 2012

UNA FLOR QUE SE MARCHITA (Poema)


Ya no soy aquella ingenua muchachita
que se entregaba al amor en cuerpo y alma,
ahora soy una flor que se marchita
y hace un esfuerzo por mantener la calma.

Mi historia fue una larga travesía,
no siempre tan romántica y bonita,
en ocasiones me sentí vacía
y lloré alguna lágrima infinita.

Pero a pesar del tiempo y la experiencia,
siento que mi corazón fuerte me grita
que no puedo vivir sin tu presencia
porque mi alma aún te necesita.


Miriam De La Vega
Junio 23, 2012

miércoles, 13 de junio de 2012

DEJA VOLAR LA MARIPOSA (Poema)


Abre tus manos y deja volar la mariposa
que cosquillea debajo de tu vientre
y enciende de colores tus mejillas.

Regálame los pétalos de esa flor
que despedazas con incertidumbre
ante el amor perdido o indolente.

Apréstate a llenar de fluido fértil
el cuenco de tus manos
y derrámalo sobre tus pechos.

Rescata tu pelvis de esa vida estéril 
que comenzó desde el inicio mismo
de la ausencia.

Libérate del miedo inconfesado
y de todos tus ocultos pensamientos
que te inhiben de regalarte
momentos de ternuras.

Disfruta la satisfacción de tus urgencias.
Atiende el reclamo de tu fiebre
apaga ese fogaje que brota en tu dermis

Responde con firmeza
a esa voz casi imperceptible
que te habla desde el fondo de tus sueños.

Y aprende definitivamente
que existe vida después del abandono,
y un universo se abre
más allá de cada desengaño,

Porque todo final es un comienzo
que nos conduce a una nueva mañana,
un nuevo día, un nuevo nacimiento.


Miriam De La Vega
© Todos los derechos reservados



lunes, 4 de junio de 2012

CULPABLE (Escrito por Secundino Vega)



Si las leyes de la vida
me condenan por quererte
no me tienen que juzgar
yo me declaro culpable
denme la pena de muerte
Pues vivir sin tus caricias
sin tus besos, sin tenerte
es como vivir en vano,
como el agua que se vierte
sin alcanzar la semilla
que sedienta no florece
como un cielo sin estrellas
cuando en la tarde anochece

Autor: Secundino Vega







martes, 22 de mayo de 2012

CAE LA LLUVIA (Poema)




Cae la lluvia dejando surcos en los cristales,
el mundo se tiñe de gris opaco,
la lluvia se transforma en un río cansado
que repite su cauce hasta la eternidad.

Un alarido salta de mi garganta,
y rompe los tímpanos de los montes,
derriba edificios, asalta torres
y cabalga en una paloma asustada.

Las lágrimas han dejado surcos profundos
como grietas en mi rostro y en mi alma.
Hiere la ausencia, quema el recuerdo,
y duele en el pecho la falta de ti.

Miriam De La Vega
Mayo 22, 2012
© Todos los derechos reservados

viernes, 18 de mayo de 2012

PERDIDA (Prosa)



Tus lágrimas corren mejilla abajo sin freno, nada las detiene, es difícil hallar una motivación, algo que te ayude a levantar el ánimo, una luz que ilumine las tinieblas.

Ya no encuentras sonrisas, ni miradas cómplices, ni abrazos necesarios, se perdió todo aquello que te daba energía, se terminó la química, se ensombreció el camino, se extinguió la magia, se apagó la lámpara que hacía brillar tus días y te sientes perdida.

De repente comprendes que has perdido el sentido de tu vida, no encuentras tu razón, nadie te busca, nadie te necesita. Una sensación de soledad recorre tu espalda. Eres un ser patético.

Eso te pasa por crear falsas expectativas, por creerte importante para alguien, por construir un mundo de fantasías que solo estaba en tu mente.

¿Y ahora qué vas a hacer con tanto amor acumulado? ¿Tirarlo a la basura? Sería una herejía desperdiciar tu amor cuando puede haber alguien que lo necesite con urgencia, un niño abandonado, un perrito perdido y sobre todo TÚ.
 
 
Miriam De La Vega
Mayo 18, 2012
© Todos los derechos reservados

jueves, 5 de abril de 2012

ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ (De Miguel Hernández)



Pensando en el poeta que ayer dejó este mundo en la plenitud de su vida, dejando proyectos inconclusos y mucha poesía por ofrecer al mundo, recordé este poema que Miguel Hernández dedicó a la temprana muerte de su gran amigo Ramón Sijé, y que, por cierto, fue musicalizado e interpretado por Juan Manuel Serrat. 



ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ 

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.


Autor: Miguel Hernández


 

miércoles, 4 de abril de 2012

REIR LLORANDO - (Poema a Garrick de Juan de Dios Peza)



En este día triste he meditado mucho acerca de lo compleja que es la naturaleza humana. A menudo vemos a una persona sonriente, alegre, vital y damos por seguro que esa persona es completamente feliz, sin tener en cuenta que solamente hemos visto lo que esa persona muestra al mundo, pero nunca podremos saber lo que alguien lleva dentro de su alma. Como dice un conocido proverbio: "Caras vemos, corazones no sabemos".

Entonces recordé este viejo poema tan triste como real, el poema del payaso Garrick, a mis padres les encantaba y fueron ellos quienes me lo leyeron y a pesar de que aún era una niña, el mensaje me caló muy hondo.


Aquí se los dejo, para que reflexionen un poco sobre el tema.



REIR LLORANDO


Viendo a Garrick -actor de la Inglaterra-
el pueblo al aplaudirlo le decía:
“Eres el más gracioso de la tierra,
y el más feliz…” y el cómico reía.

Víctimas del spleen, los altos lores
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores,
y cambiaban su spleen en carcajadas.

Una vez, ante un médico famoso,
llegóse un hombre de mirar sombrío:
sufro -le dijo-, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.

Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte;
en un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única pasión, la de la muerte.

-Viajad y os distraeréis. -¡Tanto he viajado!
-Las lecturas buscad. -¡Tanto he leído!
-Que os ame una mujer. -¡Si soy amado!
-Un título adquirid. -¡Noble he nacido!

-¿Pobre seréis quizá? -Tengo riquezas.
-¿De lisonjas gustáis? -¡Tantas escucho!
-¿Qué tenéis de familia? -Mis tristezas.
-¿Vais a los cementerios? -Mucho… mucho.

-De vuestra vida actual, ¿tenéis testigos?
-Sí, mas no dejo que me impongan yugos:
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos, mis verdugos.

Me deja -agrega el médico- perplejo
vuestro mal, y no debe acobardaros;
tomad hoy por receta este consejo
“Solo viendo a Garrick podréis curaros”.

-¿A Garrik? -Sí, a Garrick… La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquel que lo ve muere de risa;
¡Tiene una gracia artística asombrosa!

-¿Y a mí me hará reír? -¡Ah!, sí, os lo juro;
Él sí; nada más él; más… ¿Qué os inquieta?
-Así -dijo el enfermo-, no me curo:
¡Yo soy Garrick!… Cambiadme la receta.

¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!

¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa, fíe,
porque en los seres que el dolor devora
el alma llora cuando el rostro ríe!

Si se muere la fe, si huye la calma,
si solo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma
un relámpago triste: la sonrisa.

El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto,
y también a llorar con carcajadas.

Autor: Juan de Dios Peza



miércoles, 1 de febrero de 2012

MI PRIMERA CANA (Escrito por Alicia Hurtado)



Hoy que te he descubierto derramada
Sobre la oscuridad de mi cabello
Con un tinte que es nuevo, siendo añejo
Quise saber de ti, primera cana

Quise saber por qué fue tu llegada
Un brillo sorpresivo en el espejo
¿Qué tirano marcó el tiempo perfecto
para llegar así precipitada?

Eres cuando te inquiere la mirada
La amenaza de invierno a mi verano
Y de eclipse total a mi mañana

Tu presencia es dilema incomprendido
Y eres para la noche de mi pelo
Todo un amanecer envejecido.


Alicia Hurtado
© Todos los derechos reservados.

viernes, 13 de enero de 2012

LLUVIA DE GIRASOLES (Poema)





Aquel día cayó una densa lluvia

de alucinantes girasoles tibios.

Las flores del jardín se despertaron

estrenando radiantes sus pistilos.

Y bailaron su son de primavera

las orquídeas salvajes y los lirios.

Sacudieron su sed de musgo fresco

los jazmines fragantes sin martirios

Y hubo una enredadera audaz

que se abrazó a un árbol con sigilo.

Solamente una flor quedó serena

desde el fondo del alma, como un cirio

esperando un nuevo sol que disipara

las misteriosas brumas del delirio.


Miriam De La Vega
- MDLV -
© Todos los derechos reservados
Enero 13, 2012