ÓLEO DE UNA MUJER LEJANA (Escrito por Ramón Muñoz Yanes)



Y llegaste, sacando el pasado de mi nevera, para saciar hambres traviesas que no respetan sentimiento alguno.

Tú, la de siempre, con tu andar de hembra fina y zapatos acordonados. Años y años, amordazando el alma, aferrado a un viejo libro de poemas que viaja conmigo en condición de polizonte honorario, engalanado para mis orgías de recuerdos con un único propósito, gritar alguna que otra noche, que tú, la mujer más imposible, existes.

Y a salvo del tiempo regresas, para fusilar años y ausencias, con tu beso de un tirón, como acostumbras, derrumbando con tan solo una ráfaga de razones, mi chaleco anticaricias. Y me rompes el disfraz de hombre encantador, me fustigas a placer con tus labios y te quieros, dejándome desnudo en medio del museo de mis recuerdos.

Ahora, tratando de sobrevivir a esta madrugada, me aferro a este cabello salvavidas que dejaste sobre mi cama, dando brazadas con un destino fijo, un único propósito. Intento alcanzar la próxima mañana, ponerme a salvo de tu ausencia. Esta es la noche más terrible, la más sola, la noche después del te fuiste y la de contemplar la hoguera de nuestras culpas, al amor inconcluso, el que siempre ha estado sujeto al no hagamos daño a los demás.

Y me hablo, después de tantos años, atravieso sin recelos la aduana de mi memoria, para sentarme al mediodía de mi vida, en una calle de esa Habana, que solo vive en mis madrugadas frías y me grito, que ya puedo descansar en paz, porque supiste de una vez, chiquilla malcriada disfrazada de poemas, vestida de locuras y los amores más ciertos, que sigo siendo el mismo.

Te preguntas qué pasa, dónde se esconde el tiempo, cómo es posible suturar tanta noche perdida, tanto abrazo extraviado. Y te preguntas cómo es posible guardar un beso por más de veinte años, cómo logré preservar el abrazo a salvo de distancias y desencuentros.

Ya amanece, caminas otra vez por tu Madrid con mi beso por bufanda, le sonríes a la mañana con tu mejor palabra, caminas segura por tus plazas de costumbre, con la soltura y el descuido de ni siquiera saber, que llevas en un rincón de tu bolso, mi alma.

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